Cuando llega el dolor de la pérdida irreparable. Cuando se abre el silencio de lo más querido. Cuando aturdidos por la ausencia inmediata, se abre un sufrimiento en nuestro ser. En ese momento se inicia el duelo.
Puede haber sido por una larga convalecencia o por un estrepitoso suceso que frenó el andar. En cualquiera de estas situaciones dolorosas, el malestar se instala y transita distintos recorridos según las posibilidades de cada persona.
El duelo es entonces, un proceso que deberá hacer cada individuo ya que son únicos e irrepetibles los caminos para pasarlo.
Los meandros, las idas y vueltas, son una permanente travesía por el recorrido. La idea de cruzar el duelo como una línea recta, sin etapas y retrocesos, es una mirada poco atinada.
El recorrer esa dolencia es algo natural en las personas. También, es habitual no estar preparados para la pérdida de un familiar.
Dado que no hay estrategias ya escritas, cada uno va elaborando desde su interior, desde la familia que lo circunda y desde la sociedad en que está inserto, distintas variantes para sostener la angustia instalada.
Lo primero que nos invade ante la privación, es la tristeza. Se apodera de nuestro estar como una bruma espesa, apagando el humor y las iniciativas.
Una carencia de futuro se pone de manifiesto y en consecuencia, una mirada hacia atrás, llena de fotos y recuerdos, se instala como un ayer permanente.
Puede pasar que aflore un enojo desde muy adentro. Las ilusiones que fueron truncadas, las expectativas hacia el mañana, quedan suspendidas en un desacuerdo interno de incomprensión y frustración.
En estas situaciones, el incitar a la persona para que se ponga bien, el mostrarle que otros de la familia ya lo superaron, el empujar soluciones mágicas y extremadamente rápidas, no hace otra cosa que seguir manteniendo la confusión activada.
En cambio, el escuchar sin aconsejar. El permitirse manifestar los sentimientos que lo agobian, el validar la experiencia y poder exponer la tristeza descarnadamente, son aberturas que facilitan el encontrar el camino del duelo.
Cuando el duelo se prolonga en el tiempo, algunas personas buscan como salida heroica la resignación.
La resignación ante todo esto que pasa, es como ir colocando cerraduras en las puertas, para que no se note el dolor abandonado en los rincones y que el mundo siga andando.
No es entonces la resignación ante la ausencia del ser querido, sino la aceptación de esta falta lo que permitirá encontrar el sendero adecuado.
La aceptación de la pérdida, la aceptación del cambio producido, la aceptación de un futuro distinto, llevará en este proceso a dejar atrás el dolor instalado y recordar al familiar querido lejos de la angustia y la tristeza.
Alejandro Lemos
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