
La inseguridad es consecuencia de la falta de trabajo y la exclusión que dejaron años nefastos como los `90, donde el neoliberalismo privatista y concentrador de la riqueza primó por sobre los intereses y derechos de la sociedad.
La idea de sacar militares a las calles, expresada por el ex presidente Eduardo Duhalde, agrega confusión al malestar social que provoca la inseguridad, y hasta talla en la hipocresía.
Aunque no llama la atención que quien la proponga haya sido vicepresidente del Gobierno de Carlos Menem, uno de los mayores responsables de la proliferación de la violencia, de la mano de la flexibilidad laboral, destrucción de la industria nacional y generador de pobreza y delincuencia en el país.
Durante los años '90 se destruyó el sistema productivo y se entregaron los servicios a megaempresas que se rigieron por la flexibilización laboral: despidos sin causa y consecuente pobreza y marginalidad en ascenso.
En esos años, la Argentina dejó de ser un país de tráfico de drogas y pasó a ser de consumo. Y en años posteriores, la forma de parar la inseguridad resultó en crímenes de Estado como los de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, en donde Duhalde fue el titular del Ejecutivo.
Desde 2003, las fuerzas armadas no están "arrinconadas" ni "humilladas", como dijo Duhalde, sino intentando limpiar su nombre, manchado por el terrorismo de Estado que protagonizaron durante gran parte del siglo XX, cuando provocaron seis golpes de Estado.
Hoy hay nuevas generaciones en las fuerzas armadas: hombres que intentan cumplir un rol específico para el cual fueron preparados. No hace falta reprimir a los jóvenes si el objetivo real es integrarlos a los sistemas educativo y productivo. La inclusión social es la clave para cualquier sociedad justa.
La erradicación de la marginalidad, la igualdad de oportunidades, la educación y un trabajo y salario dignos son claves para ganar la inconmensurable lucha contra la inseguridad. No a las armas. La historia nos lo ha enseñado.
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