Laura Germine. (Foto: Stephanie Mitchell) |
El tardío desarrollo pleno de la capacidad de memorizar y reconocer rostros podría ser simplemente un caso de eficiencia máxima lograda mediante la práctica y ayudada por la juventud. Así lo creen Laura T. Germine y Ken Nakayama de la Universidad de Harvard, y Bradley Duchaine del Dartmouth College, autores de la investigación.
Todos solemos observar caras y practicar su reconocimiento a diario. Es posible que las partes del cerebro que utilizamos para reconocer rostros, requieran este período prolongado de afinamiento para ayudarnos a aprender y recordar del mejor modo posible una amplia variedad de caras diferentes.
Germine, Duchaine y Nakayama se valieron del test de Memoria Facial de Cambridge, realizable online y disponible en www.testmybrain.org, para probar la habilidad de reconocer rostros generados por ordenador en unos 44.000 voluntarios de entre 10 y 70 años de edad. Encontraron que la máxima habilidad en otras tareas mentales, como recordar nombres, alcanza su punto álgido a la edad de entre 23 y 24 años, lo que concuerda con los resultados de investigaciones anteriores.
Pero en lo que respecta al reconocimiento facial, la eficiencia en los sujetos de estudio se incrementó bruscamente entre los 10 y 20 años de edad, después continuó aumentando más despacio durante la etapa veinteañera de las personas, y alcanzó la eficiencia máxima del 83 por ciento de respuestas correctas en la franja de edad que va desde los 30 hasta los 34 años.
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Un experimento de seguimiento empleando rostros de niños generados por ordenador tuvo un resultado similar, con el mejor reconocimiento de rostros infantiles logrado por los individuos de treinta y pocos años. Después, esta habilidad sufre un lento declive, siendo la capacidad a los 65 años similar a la que se suele tener a lo 16. .
Históricamente, las investigaciones sobre la cognición han tendido a concentrarse en el desarrollo hasta los 20 años de edad, y en el envejecimiento, después de los 55. Sin embargo, la investigación del equipo de Germine muestra que los 35 años intermedios, que hasta ahora se consideraban relativamente estáticos, pueden en realidad ser más dinámicos de lo que muchos científicos creían.
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