La longevidad ya no es un hecho excepcional, el avance de la ciencia nos brinda la calidad de vida necesaria, que ha permitido prolongar nuestra existencia. Hoy se habla de la cuarta edad, prueba innegable de este aserto.
Esta cordobesa el pasado 29 de enero cumplió 101años, así es y damos fe que lo lleva con un garbo y plenitud que muchos con menos años, seguramente envidiarían.
Estamos entonces adentrándonos en el misterio de la vida, y de allí el sentido de esta nota, esa presencia vital y alegre que nos une la historia con el presente, bien merece un homenaje.
Nació en Cañada Verde y su madre Petrona la crió junto a sus hermanos de los cuales uno sobrevive y tiene 96 años.
Es mujer laboriosa, allí en sus pagos cursó la primaria y trabajó como toda la familia junto a su padre hombre de campo.
A los veinte años contrajo matrimonio con Guillermo Haggerty, hijo de irlandeses, su compañero de muchísimos años quien falleció a los 82 años.
Al hablar de él todavía brillan sus ojos, “fue un hombre excelente como pocos”, enuncia firmemente.
Asombrosamente no recuerda haber sufrido dolencia alguna y en la conversación confirma su aserto sobre su excelente memoria. Recuerda su historia con una fidelidad digna de admiración. Asegura no haber tomado nunca una pastilla para la memoria, lo que una vez más corrobora, lo natural de su lucidez.
Ni hablar de achaques serios, no sufre de hipertensión ni de colesterolemia.
Cuando le inquirimos sobre el secreto de su vitalidad puntualiza con toda firmeza, “nunca tomé serias precauciones, nunca me cuidé en las comidas” para seguidamente aclarar, “nunca me excedí en nada, no fumo y como lo justo y necesario”.
Es católica pero no concurre habitualmente a la iglesia, no le gusta la política y arguye la existencia de una vida más feliz en el marco familiar.
Hay sin embargo un recuerdo claro e inquietante, “El cordobazo”, con su impacto de cercanía y conmoción.
Reconoce no haber nunca imaginado, los avances técnicos que la humanidad produjo en el siglo y afirma “he vivido muchas décadas, he visto dos guerras mundiales y puedo decir que fui testigo de avances increíbles y que no todos fueron en provecho de la vida y la felicidad de los pueblos”.
Sobre el resto de su vida “creo que he vivido demasiado, gracias a Dios he llegado a los cien años con lucidez mental se lo que hago y lo que no hago mas no puedo pedir”.
Vive con su hijo Eduardo Haggerty, un hombre feliz puesto que todavía tiene a su madre consigo y puede disfrutar ese enorme placer, que solo es para pocos.
Sin embargo seguimos encontrando esa gente maravillosa y todavía muy particular, que es testigo viviente de este último siglo.
En este caso se trata de Martina Velázquez vecina de Ituzaingó.
Esta cordobesa el pasado 29 de enero cumplió 101años, así es y damos fe que lo lleva con un garbo y plenitud que muchos con menos años, seguramente envidiarían.
Estamos entonces adentrándonos en el misterio de la vida, y de allí el sentido de esta nota, esa presencia vital y alegre que nos une la historia con el presente, bien merece un homenaje.
Nació en Cañada Verde y su madre Petrona la crió junto a sus hermanos de los cuales uno sobrevive y tiene 96 años.
Es mujer laboriosa, allí en sus pagos cursó la primaria y trabajó como toda la familia junto a su padre hombre de campo.
A los veinte años contrajo matrimonio con Guillermo Haggerty, hijo de irlandeses, su compañero de muchísimos años quien falleció a los 82 años.
Al hablar de él todavía brillan sus ojos, “fue un hombre excelente como pocos”, enuncia firmemente.
Asombrosamente no recuerda haber sufrido dolencia alguna y en la conversación confirma su aserto sobre su excelente memoria. Recuerda su historia con una fidelidad digna de admiración. Asegura no haber tomado nunca una pastilla para la memoria, lo que una vez más corrobora, lo natural de su lucidez.
Ni hablar de achaques serios, no sufre de hipertensión ni de colesterolemia.
Cuando le inquirimos sobre el secreto de su vitalidad puntualiza con toda firmeza, “nunca tomé serias precauciones, nunca me cuidé en las comidas” para seguidamente aclarar, “nunca me excedí en nada, no fumo y como lo justo y necesario”.
Es católica pero no concurre habitualmente a la iglesia, no le gusta la política y arguye la existencia de una vida más feliz en el marco familiar.
Hay sin embargo un recuerdo claro e inquietante, “El cordobazo”, con su impacto de cercanía y conmoción.
Reconoce no haber nunca imaginado, los avances técnicos que la humanidad produjo en el siglo y afirma “he vivido muchas décadas, he visto dos guerras mundiales y puedo decir que fui testigo de avances increíbles y que no todos fueron en provecho de la vida y la felicidad de los pueblos”.
Sobre el resto de su vida “creo que he vivido demasiado, gracias a Dios he llegado a los cien años con lucidez mental se lo que hago y lo que no hago mas no puedo pedir”.
Vive con su hijo Eduardo Haggerty, un hombre feliz puesto que todavía tiene a su madre consigo y puede disfrutar ese enorme placer, que solo es para pocos.
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