Sin pudor alguno, el “gobierno isleño” hizo públicas las intenciones de gestionar apoyo brasileño para su proyecto de explotación petrolera en el Atlántico Sur. Un fracaso que a Londres le cuesta muy caro.
Con mucho asombro Latinoamérica recibió esta semana la noticia de que el gobierno británico de las Islas Malvinas intentaría negociar el apoyo de Brasil para agilizar el abastecimiento que requieren las tareas de explotación petrolera en aguas del archipiélago.
El integrante y portavoz de la Asamblea Legislativa de las islas, Glen Ross, manifestó a un diario brasileño que la necesidad de abastecer a la plataforma de petróleo “Ocean Guardian” generaba la búsqueda de opciones de negocios con Brasil.Desde el concepto de que las islas son “un país democrático que depende del Reino Unido sólo para cuestiones de defensa”, Ross intentó resaltar la vocación de “buena vecindad” que Puerto Stanley pretende hacia el resto de Latinoamérica.Las declaraciones del funcionario fueron sorpresivas porque resultaron ajenas al contexto de alineamiento latinoamericano con las reivindicaciones de soberanía impulsadas desde Buenos Aires.
En ese marco era evidente que las intenciones isleñas serían rechazadas por Brasil, como efectivamente ocurrió casi sin demoraSólo por citar un ejemplo reciente, en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) -reunida en Lima hace menos de un mes- fue el vicecanciller de Brasil, Antonio Patriota, quien leyó la declaración sobre la Cuestión de las Islas Malvinas,posteriormente aprobada y aclamada en forma unánime por los 33 países asistentes, incluido Estados Unidos.
Y antes aún, en la Cumbre Latinoamericana -efectuada en febrero de este año en Cancún- fue el presidente brasileño Luiz Inácio Da Silva quién expresara el apoyo más enérgico en favor del reclamo argentino por la soberanía del archipiélago, condenando simultáneamente a las políticas del Reino Unido. Sin embargo y más allá de la sorpresiva jugada de la Asamblea isleña, la ansiedad de Puerto Stanley por conseguir “acuerdos de negocios” con algún “vecino solidario” de la región tiene fundamentos bastante economicistas y, a la vez, pone de relieve la exitosa política de “estrangulamiento logístico” llevada adelante por la administración de la presidenta Cristina Fernández.Y es que al gobierno de Londres le estaría resultando bastante oneroso mantener su pretendida soberanía en el Atlántico Sur.En primer lugar, los británicos sostienen en las Islas una costosísima y sobredimensionada base militar -Mount Pleasant- cuya única misión es defender al archipiélago de un supuesto “ataque argentino” que, por millones de razones, no llegará nunca.
En segundo lugar, el solitario intento británico de explotación petrolífera en aguas del Atlántico Sur no es un emprendimiento barato. Las razones se comprenden mejor ahora, cuando se ha dado a conocer públicamente que el desastre ecológico producido por una plataforma similar en el Golfo de México pudo haberse evitado con una inversión previa que los “ahorrativos” ejecutivos de British Petroleum (BP) se negaron a efectuar en su momento.
Frente a este dispendio, la estrategia argentina de la presidenta Fernández ha consistido en bloquear cualquier tipo de asistencia económica al proceso exploratorio de hidrocarburos en la plataforma malvinense.
En esa estrategia, obtener la solidaridad de los países -Latinoamericanos en general y vecinos en particular- ha resultado crucial para el bloqueo del negocio petrolero impulsado por Puerto Stanley y respaldado desde Londres.La efectividad de la iniciativa diplomática argentina también rinde sus frutos en otros aspectos: los isleños se quejan duramente de que Buenos Aires entorpece el incremento de frecuencias de los vuelos que vinculan a las islas con Chile, cuestión que deprime la industria turística.
Por otra parte la controversia en torno a la explotación pesquera disminuye también los ingresos isleños por cuanto la venta de licencias a tal fin resulta vital en la economía de Puerto Stanley.Este panorama enfrenta a los británicos con un problema enervante: mientras Gran Bretaña pierde dinero Argentina no gasta ni un centavo.Pero hay más cosas para explicar la sorpresa causada por el reclamo isleño.
Si por una parte el emprendimiento petrolífero que podría otorgarles un nivel de vida similar al del Principado de Mónaco amenaza con tornarse impracticable por los elevados costos de explotación, por otro lado, adueñarse de reservas petroleras estimadas en 60 mil millones de barriles en un contexto no resuelto de soberanía representa una amenaza que sobrepasa a los países latinoamericanos y alcanza a la alianza británico-estadounidense.En efecto, puede adivinarse que a Washington la gracia que podría causarle la anacrónica reconstrucción de una sucursal del Imperio Británico en el Atlántico Sur es exactamente igual a cero.
Para los británicos, a los que la crisis europea parece haber alcanzado esta semana, la opción de apropiarse de tantísimos barriles de oro negro representa una tentación demasiado grande como para simplemente dejarla de lado. En otras palabras: con ese oro se salvarían del desastre.
Sin embargo, no todo es perfecto desde el lado argentino. Resulta ineludible decir que Buenos Aires ha olvidado desde hace décadas a su plataforma marítima. No ha impulsado la construcción de puertos y astilleros.
No ha potenciado su flota mercantes ni propiciado una política efectiva para su Armada militar y, al contrario de Brasil, Argentina no ha hecho causa nacional la posibilidad de explotación de los recursos petroleros a su alcance. Todos esos olvidos son la afirmación concreta de que Argentina no asume su rol de potencia marítima, a pesar de los miles de kilómetros de costa que la Casa Rosada tiene frente a su nariz.
De hecho, ignorar los aspectos mencionados significa literalmente dar la espalda a unafuente generadora de riquezas y potenciadora del trabajo genuino, de gran envergadura para la lucha contra la pobreza acometida por el actual gobierno nacional.
Por solo esa razón, el desarrollo argentino en materia naval es una asignatura pendiente que, en combinación con lo actuado en el tema Malvinas, potenciaría la exitosa política de estrangulamiento con el aporte de una presencia efectiva sobre la zona adyacente a la de disputa.Esta perspectiva se agigantaría si se tuviesen en cuenta las actuales relaciones fraternas que motorizan apoyos diplomáticos de organizaciones netamente regionales como UNASUR o MERCOSUR.
Desde ellas se podría sobrepasar el marco meramente discursivo si se apurara la creación de organismos de crédito para financiar el desarrollo genuino de las potencialidades del mar y si se establecieran políticas estables para la defensa regional que sirviesen a la ocupación efectiva de zonas propias y disuada de cualquier reclamo a potencias extra hemisféricas urgidas por problemas de liquidez dghersi@prensamercosur.com.ar
martes, 22 de junio de 2010
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