Desde que el sildenafilo (Viagra) fue lanzado al mercado en 1998, millones de hombres han sido tratados con éste y otros fármacos del mismo grupo, sin duda con un beneficio importante para los pacientes con disfunción eréctil (DE) (principalmente en aquellos con causa orgánica como diabetes, prostatectomía, etc.) que hasta la fecha no contaban con tratamientos aceptables.
Y por qué no decirlo, con beneficios considerables para las empresas farmacéuticas, que no dudaron en extender el uso de estos fármacos a una población mucho más amplia de hombres.
Para ello fue «necesario» redefinir la prevalencia de DE susceptible de ser tratada, utilizando los resultados del estudio Massachusetts Male Aging Study, según el cual la prevalencia de DE se ampliaba hasta el 52% de los hombres de 40-70 años (incluyendo un 17% que presentaba una mínima afectación). De esta manera, los poderosos fármacos se convertían en una opción de tratamiento para la mitad de los hombres y se animaba el floreciente mercado de los fármacos de estilos de vida o de uso lúdico en el campo de la sexualidad.
Pero las cosas no quedaron ahí y llegó el turno de las mujeres. El primer paso necesario para abarcar este nuevo mercado fue definir un diagnóstico médico con caracterÃísticas medibles que facilitase el diseño de ensayos clínicos creíbles.
Se celebró entonces en París un multitudinario encuentro internacional sobre disfunciones sexuales, con cientos de prestigiosos investigadores, terapeutas y médicos de todo el mundo, patrocinado por compañías farmacéuticas.
Nuevamente, se presentaron los «impactantes» resultados de una encuesta (JAMA, 1999): el 43% de las mujeres entre 18 y 59 años padecían disfunción sexual. Para considerar este “diagnóstico”, bastaba con que contestaran «sí» a uno de los 7 ítems de una encuesta.
Ciertamente, a pesar del entusiasmo de los patrocinadores, en el colectivo investigador prevalecieron dudas sobre la exacta definición de la disfunción sexual femenina, y hubo quienes rechazaron que existiese una afección médica con semejante denominación. Y la pregunta que quedó sobre la mesa fue: ¿es la disfunción sexual femenina una creación de marketing de la industria farmacéutica?
Como era de esperar, quienes afirmaban que no era así, al igual que el propio moderador de la mesa redonda, habían trabajado como asesores de las compañías farmacéuticas patrocinadoras.
En el otro lado, quienes pensaban que sí, que la industria farmacéutica estaba promoviendo resultados favorables a sus intereses, con la profesora de psiquiatría Leonore Tierfer al frente, mostraron su preocupación por la medicalización de la sexualidad de las mujeres, haciendo que los altibajos normales en el deseo sexual devinieran en un trastorno susceptible de ser tratado con fármacos.
“Los problemas y las satisfacciones sexuales de las mujeres tienen mucho más que ver con las dificultades de pareja, el estrés del día a día y las expectativas culturales que con el flujo sanguíneo del clítoris y los niveles de testosterona.
No te dejes llevar por el marketing financiado por las compañías farmacéuticas, disfrazado de ciencia o educación”, afirmaba Leonore Tierfer, tras la presentación de su escrito: “Esta noche no, querido, el perro se ha comido mi parche de testosterona”. Fuente Infac http://www.osanet.net/
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