No hablo, no miro, no escucho
Cuando ni la escritura nos salva del engaño. El peligro de creer que bebemos agua cuando en realidad estamos tragando arena.
Por Sergio Peralta (*) Desde Mendoza, Argentina
Leopoldo Lugones, escribió en 1906 Yzur, un cuento que es de una crudeza y tristeza únicas. En él, un personaje de principios del siglo XX compra un mono en un remate de circo.
En determinado momento, y leyendo un informe naturalista, da con una frase que dice: “los monos no hablan para que no los hagan trabajar”. A partir de ese momento se desencadena una historia terrible.
En la búsqueda por los orígenes del habla, el hombre ha husmeado en la garganta de muchos animales; las dudas deben haber sido tremendas al escuchar a un plumífero pronunciar unas pocas palabras, más cuando el chimpancé, del que nos separan solamente un 1,6 por ciento en el genoma es incapaz de pronunciar una sola.
A estos seres asociados al hombre desde siempre se los ha considerado dioses, demonios y hasta comestibles. Hasta la designación de simio viene de la palabra latina “simia”: similitud, parecido.
De África llegaban historias de los “hombres peludos de la selva” y hasta el siglo XX no se separaron a los orangutanes, gorilas y chimpancés de los pigmeos.
Con sus enunciados, Darwin espantó a los puritanos; decir que éramos parientes del mono desencadenó debates que aún hoy, en congregaciones religiosas de Estados Unidos, se llevan adelante y buscan a descendientes de don Charles para meterlos alegremente en la hoguera. En 1891, Eugène Dubois encontró en Java un cráneo de Homo Erectus; en 1924 Raymond Dart halló rastros de un Australopithecus en Sudáfrica; Davidson Black descubrió el “hombre de Pekín” (Homo Erectus) en 1926. Se han buscado y se siguen buscando a nuestros primos por todos lados.
Como para corroborar datos, un informe de la Universidad de Duke indica que la ausencia de un gen transportador de la serotonina produce trastornos de ansiedad social y rasgos esquizoides en el hombre y en el macaco rhesus. La escritura le abrió la puerta a la historia.
De los símbolos Jiahu, grabados sobre caparazones de tortugas, que datan del siglo VI a.C. o desde la protoescritura del Indo del IV a.C., que fueron los comienzo de lo escrito, a los mensajes que hoy se escriben desde los teléfonos móviles, ha pasado un río de frases y símbolos bajo el puente de la humanidad. Nacida por un requerimiento económico, según los arqueólogos, para otros la escritura nació por la necesidad de plasmar en arcilla los misterios del alma.
Pese a las divergencias, tratan de dar forma histórica a un hecho ocurrido en el Antiguo Oriente Próximo, cuando sobre tablas de arcilla y mediante cuñas se grababa una escritura logográfica basada en elementos pictográficos o ideográficos.
Los sumerios desarrollaron un anexo silábico a la escritura que reflejaba la fonología y sintaxis de la lengua hablada. De todas maneras son muchas las formas de escritura que se han utilizado y se utilizan para darle forma al pensamiento.
La pictográfica representa mediante un dibujo algo concreto; en la ideográfica cada signo es una palabra entera, por ejemplo la japonesa Kanji. En esta escritura, cada carácter tiene un significado preciso. En el caso de la fonética cada sonido representa letras y palabras. Tenemos también losjeroglíficos y no podemos olvidar a la Piedra de Roseta. La escritura árabe que parece dibujada para ser disfrutada y leída al mismo tiempo.
Los logogramas con que los mayas nos contaron su historia y muchas, muchísimas formas en las que el hombre a lo largo de su errante camino ha dejado marcado el signo. El diccionario define el espejismo como “ilusión óptica debida a la reflexión total de la luz cuando atraviesa capas de aire de densidad distinta”.
Desde los actuales medios de comunicación puede enriquecerse esa definición: no surge la ilusión de agua en el desierto, sino imágenes deformadas de la realidad que se tornan “verdaderas”.
Los espejos ondulados cóncavos y convexos causan gracia en los parques de diversiones, pero desinforman e inducen a error, y son los medios los que utilizan el espejismo para difundir con insistencia sus imágenes aberrantes de la política, de la economía, de la sociedad.
Si no advertimos que nos encontramos ante deformaciones de la realidad y aceptamos los espejismos, influidos por el presunto prestigio de esos medios, los resultados resultan penosos: podríamos creer que bebemos agua cuando en realidad estamos comiendo arena.
*) Sergio Peralta es experto en medios de comunicación y columnista de APM.
domingo, 14 de marzo de 2010
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