Se celebran los 450 años del nacimiento del dramaturgo con un
discreto aniversario. Sus colegas del siglo XXI reivindican su obra
Por Marta CaballeroMadrid
Discreta y casi escondida en el barrio de las Letras de Madrid, la Casa Museo de Lope de Vega se prepara para conmemorar el 450 aniversario de su viejo inquilino, que se celebró hace un par de semanas. Lo hace consciente de su pequeño tamaño, como inmueble y como institución, pero al menos lo hace, porque sólo se han acordado del cumpleaños del creador de nuestro teatro nacional en su casa, literalmente. Entre recortes y otros males, ni el Ministerio de Educación Cultura y Deportes ni otras instituciones han movido un dedo por celebrar al dramaturgo, un descuido (o no) que sus colegas del siglo XXI consideran imperdonable. Tampoco en la escena está presente su teatro, no como debería estarlo, y más aún cuando estamos hablando de un autor que habló de un mundo que, como el nuestro, estaba patas arriba.
Desde Nueva York (bueno, “desde la Manzana y sin tiempo de estornudar”, donde está estos días para asistir a varios homenajes) envía Fernando Arrabal unos arrabalescos lopecervantinospara la ocasión: 1) El “Monstruo de la naturaleza” fue una tarántula a la que le bastaron tres gotitas de agua para adornar su tela con brillantes. 2) El fénix se armó de ingenio en su invencible filfa cuando en la suya el manco de Lepanto luchó a brazo partido. 3) La complejidad del futuro hace que los problemas de previsión de la fama literaria cambien de naturaleza para que se puedan adaptar racionalmente a toda circunstancia.
Para el dramaturgo, Lope creó “el arte nuevo de hacer comedias… pero la matemática lotería de la notoriedad cercenó el rango del pánico dramaturgo autor de La confusa, Cervantes”. En su opinión, sin embargo, la herencia del autor de Fuenteovejuna hoy “no alcanza el peralto de Calderón o el de Echegaray”, esto a pesar de que sigue siendo un autor actual por “su obsesión sexual y su celo de beato fámulo de la inquisición”. Y tras decir esto, añade: “El rinoceronte y la cucaracha fueron creados para señalar cuan poco se diferencian la voluptuosidad de los animales y la nuestra. ¿Hubiera sido tan musoliniano como Valle o tan estalinista como Picasso?”. Además, Arrabal considera que el tiempo de Lope se parece al nuestro en todo: “Como nosotros conoce la decadencia… y su inesperado avatar catacúmbico: el esplendor renacentista de la modernidad”.
Preguntado por la ausencia de homenajes a Lope en su aniversario, el director Calixto Bieitocree que estamos ante un caso puramente español: “En este país no se le hace justicia a casi ninguno de nuestros grandes escritores”, protesta en mitad de una sesión de fotos en Londres. Él nunca ha hecho un Lope de Vega y, sin embargo, reconoce su importancia vital en nuestro teatro: “Deberíamos verlo y revisitarlo continuamente, hacerlo de muchas maneras, reinterpretarlo sobre todo”. Para Bieito, Lope debería estar en las mismas alturas a las que los británicos auperon un día a su Shakespeare para no dejarle bajar nunca más. “Estoy en un momento en el que creo que debemos reinventar un nuevo humanismo y ese tema entronca perfectamente con su teatro”, propone.
Como Bieito, el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra cree que el poco caso que se le hace a estas fechas se debe a “todo lo que pasa con la cultura de este país”. Para él, la mayor cualidad del “muy copiado” Fénix de los Ingenios es su conexión inmediata con el público, sobre todo en las comedias: “Se demostró, por ejemplo, cuando Pilar Miró adaptó al cine El perro del hortelano, ahí se vio cómo seguía manteniendo la frescura casi 500 años después y eso es gracias a que conecta con cosas muy básicas del ser humano, tiene algo que nos resulta fácil de entender a pesar de la dificultad de los versos”. Aunque él es más calderoniano, se considera un heredero de Lope, como lo son, en realidad, todos los dramaturgos de este país: “He hecho algunas comedias, como Dedos, en las que había un cierto eco de textos de él como Los locos de Valencia, de sus obras más disparatadas”. Y ese eco persiste porque, continúa, Lope tiene el secreto de ser siempre un moderno, de hablar de lo que nos pasa y de tocar el corazón de la gente por encima de todas las épocas. “En realidad no se tomaba tan en serio el honor, tenía algo muy cervantino, ese mirar al ser humano con cariño a pesar de sus faltas“, concluye.
José Luis Alonso de Santos, que en su tiempo como director de la Compañía Nacional leyó las 400 obras de Lope, lo sitúa como demiurgo artífice de la totalidad de nuestro teatro. Antes de él, no había nada: “Era uno de esos seres que tenía la suerte de tenerlo todo, talento teatral, literario, capacidad del verso… era un prodigio en todos los terrenos. Entre sus 400 textos hay una docena de obras maestras”. Por ello, aunque de forma indirecta, también cree que ha influido en toda la dramaturgia posterior, también en la suya: “Es el autor de las grandes tragedias y de las grandes comedias nacionales, por eso para mí ha sido un maestro inevitable. El teatro actual tiene una forma y un lenguaje diferentes pero la estructura y la organización, tan espacial, de territorio, como decía Valle Inclán, vienen de él”. Con todo, por encima de la fiesta y de la frescura, Alonso de Santos se queda con el verso de Lope, también uno de nuestros mayores poetas: “Leído es insuperable, nadie ha tenido esa calidad“. Y dos apuntes más: el primero, que representado también goza de una actualidad pasmosa, sobre todo porque aborda el enfrentamiento de las estructuras sociales: “Él escribiría hoy una obra sobre que Cataluña quiere ser independiente. Eso es lo que hacemos los dramaturgos”. El segundo es más bien un lamento: “Deberíamos llegar a este aniversario con varios Lope en escena, es su fiesta y es imperdonable que no sea así”.
Más optimista respecto a la ausencia de actos conmemorativos (”no es un aniversario tan redondo como el de los 400 años”, reconoce), José Ramón Fernández agradece pertenecer a una generación de dramaturgos que se formó en parte gracias a un regalo, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, una institución que ha permitido la presencia más o menos permanente de Lope de Vega, aunque es cierto que no de una forma tan contundente como en el caso anglosajón con Shakespeare: donde hay una obra en cartel del español, hay 20 del inglés. Pero es cierto que gracias a la CNTC y a festivales como el de Almagro, Lope ha ido formando parte del acerbo de los dramaturgos de un modo más cotidiano: “En Almagro Off ha habido muchas propuestas interesantes de gente joven, lo que no deja de ser esperanzador y muy bello”, celebra.
De Cayetano Luca de Tena, que fue director del Español entre el 40 y el 52, Fernández aprendió que la clave de Lope era la música: “Coge cualquier texto, especialmente de los representados los últimos años por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, como El perro del hortelano, y verás que tiene fragmentos de una belleza extraordinaria. Decía don Cayetano que el público no iba a ver la anécdota, sino a escuchar la música y es cierto“. De esta forma, para él, la mayor enseñanza para las generaciones de hoy es la importancia de no dejar de transitar la poesía cuando se escribe teatro: “En mi teatro ha influido esa búsqueda de la belleza. El hecho de que la práctica totalidad de sus textos tengan una historia de amor como amalgama, también. De hecho, sucede así en la obra que escribo ahora”.
Marta CaballeroPublicado en EL CULTURAL de EL MUNDO, Madrid
[Texto gentileza de Ramón Vázquez]
[Texto gentileza de Ramón Vázquez]
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