Un panorama preocupante, con todos los padecimientos que la rodean; enfermedad cardiovascular, hipertensión, aterosclerosis, hipercolesterolemia, diabetes, enfermedades metabólicas, cáncer. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), por año fallecen alrededor de tres millones de adultos por causa de la obesidad.
¿Qué es realmente lo que hace subir de peso a una persona? ¿El sedentarismo? ¿La calidad de los alimentos? ¿Cómo ha cambiado la alimentación? ¿Qué hay de la fisiología del metabolismo humano del hambre? ¿Es mala la calidad de los alimentos; o hay falta de comprensión de cómo funcionan hormonas y neurotransmisores en el mecanismo del hambre?
Según la OMS, la obesidad es una enfermedad crónica de origen multifactorial prevenible; que se caracteriza por una acumulación excesiva de grasa o hipertrofia del tejido adiposo. La reserva natural de energía se almacena en forma de grasa que se asocia a múltiples complicaciones. La obesidad es el resultado del desequilibrio entre la ingesta de alimentos y su carga calórica y el gasto que se hace de ella. Científicos de la Nutrition Science Initiative (NuSi; surgida en 2012 en Estado Unidos, organización de médicos de diferentes especialidades comprometidos en realizar diferentes investigaciones en organismos y universidades para actuar contra la obesidad), pretenden estudiar en condiciones estrictamente cuidadas a diversos grupos de pacientes siguiendo distintas dietas. Los investigadores, tratarán de comprobar dos hipótesis; si se consume en exceso y se gasta menos debido al sedentarismo; o si son los efectos que tienen los carbohidratos sobre el metabolismo hormonal en el organismo. Parte de los ensayos se llevan a cabo en el Boston Children‘s Hospital, Stanford University. La cuestión es saber por qué estas calorías en exceso no se eliminan y el organismo las almacena y en ciertas zonas corpóreas, no en todas. Y más aun, la ciencia trata de saber por qué se come en exceso.
Los especialistas sostienen que la calidad “nutritiva” de los alimentos, está en peligro.
La obesidad entendida como la existencia de sobrepeso, se mide a través del índice de masa corporal (IMC o BMI, body mass index, por sus siglas en inglés) y a través del estudio de la distribución de grasa en la circunferencia de la cintura y cadera. Respecto al índice de masa corporal, el doctor Eric Braverman, profesor de Medicina Integrativa en Weill Cornell Medical College y presidente de Path Foundation en Nueva York, agrega más información y si se quiere más dramatismo. En 2012 publicó una investigación en PLOS One en la que indica que este índice ya no es más confiable. Sólo siguiendo el BMI, un tercio de los americanos tienen sobrepeso, pero esta medida está siendo obsoleta. Solamente es un ratio entre altura y peso. Él acude al diagnóstico por imágenes: el escáner dual por rayos X, absorsiometría (dexa) utilizado para medir la densidad ósea y que distingue y mide densidad de huesos, masa muscular y grasa. Sugiere que el BMI es más erróneo en mujeres, quienes tienden a perder masa muscular y ósea a mayor velocidad que los hombres y reemplazarla por grasa. Por otro lado, el BMI no es exacto en físicoculturistas, quienes tienen gran cantidad de masa muscular y a los que este índice catalogaría como obesas. Siguiendo este parámetro, Braverman aduce que el 60 por ciento de los americanos tiene un problema de exceso de peso.
Una de las aristas protagónicas del momento, tiene que ver con los alimentos altamente procesados y los carbohidratos que contienen, cuya presencia es mayoritaria en la alimentación de gran parte de los países occidentales.
Los azúcares hacen al páncreas segregar insulina, mientras más glucosa detecta el organismo más insulina se libera al torrente sanguíneo. Y es la insulina la encargada de la acumulación de grasas, es la que determina la reserva de energía para músculos, órganos y células grasas. Mientras más azúcares existan en la dieta, la insulina estará elevada por más tiempo, lo que predispone a la insulina resistencia y esto favorece la acumulación de tejido graso. Es decir, gran cantidad de azúcares ingresando al torrente sanguíneo, hace que el páncreas segregue una cantidad elevada de insulina, al no poder almacenarla, se convierte en reservas de grasa. Provocando aumento de peso e hipoglucemia, ante la cual el cuerpo requiere más azúcar; y el páncreas se somete a un estado de estrés, que puede desencadenar en diabetes.
Y junto a la insulina, otro rol protagónico se lo lleva la leptina; descubierta en 1994.
El mencionado Dr. Braverman además de usar el diagnóstico por imágenes para determinar la obesidad, agrega un test de la hormona leptina, y siguiendo una terapia correcta sobre ella, sostiene que puede revertirse la obesidad. El rol de la leptina es vital. Es segregada por el tejido adiposo blanco e informa al hipotálamo que debe inhibir el apetito luego de la ingesta de alimentos. La leptina proporciona sensación de saciedad; y se sabe que su segregación es modulada por la insulina y otras hormonas.
Se sabe que un defecto genético comprobado en ratones, específicamente mutaciones en el gen Ob, hace que la segregación de leptina sea insuficiente. Se pensó que la administración exógena de esta hormona sería una gran solución a la obesidad. Pero paradójicamente, se observo que las personas con obesidad tienen altos niveles de leptina en sangre por lo que el organismo pareciera volverse insensible o tolerante a sus efectos. En ensayos con ratas de laboratorio, aquellas alimentadas con dietas altas en fructosa no respondieron a la leptina, ganando peso.
Los expertos sostienen con esto que si se suprimieran los carbohidratos de manera controlada, y se consumieran grasas y proteínas, ya no se exacerbaría la secreción de insulina. Es decir que esta hipótesis apunta a pensar que el exceso de peso no se debe a la cantidad de calorías consumidas, sino a la ingesta de azúcares en exceso. Cuestión que la NuSi intentará demostrar.
Diferentes investigadores ven el incremento del uso de JMAF (jarabe de maíz de alta fructosa) paralelo al incremento de la obesidad. Y hay quienes sostienen que la obesidad se debe a toda la gama de alimentos que se consumen hoy, no sólo a los azúcares. Sin embargo, investigaciones epidemiológicas sostienen que el tipo de grasas acumuladas debido a la fructosa es más peligroso que el proveniente de otros azúcares.
Las investigaciones del doctor Mark Hyman, CEO del Institute for Functional Medicine y director del Ultrawellness Center en Massachussets sostiene que los azúcares o “dulce veneno”, son sustancias más adictivas que la misma cocaína. Según Hyman, es el azúcar y no las grasas las que causan gran parte de los trastornos relacionados a la obesidad. Ha sentado un polémico debate. Sostiene que por 50 años las guías de nutrición han estado erradas. Aquellos con la mayor ingesta de azúcares por ejemplo, son los que tienen un 400 por ciento más de chances de sufrir ataques cardíacos. El americano promedio consume más de 72 kilos de azúcar al año; en España se consumen 35 kilos per cápita anual aproximadamente. La mayoría escondida en alimentos procesados y bebidas carbonatadas.
Recientemente, Hyman publicó el libro Blood Sugar Solution 10-days Detox Diet, en donde presenta un plan para perder peso desintoxicándose de los azúcares y recurriendo a alimentos poderosos que según él, reprograman el funcionamiento hormonal. Promete también un mejoramiento radical de patrones de sueño, problemas digestivos, desordenes autoinmunes, psoriasis y edemas, entre otros. Según el especialista es necesario crear conciencia sobre los alimentos que se ofrecen libremente en supermercados, restaurantes, escuelas, y lugares de trabajo.
En definitiva, el azúcar está presente muchos alimentos que hoy se consume. Las etiquetas de información nutricional exhiben cantidades de azúcar en cada uno de estos productos a las que habría que prestarle atención. Como ejemplos: una lata de la bebida energizante Red Bull contiene 26 gramos de azúcar; un vaso de yogur, 34 gramos (más que los 27 gramos de una barra de la golosina Snickers) los aderezos para ensaladas bajos en grasas tienen 4 gramos de azúcar por cucharada, la botella pequeña de Gatorade 14 gramos de azúcar, media taza de salsa de tomate 10 gramos de azúcar (más que dos galletitas Oreo), un vaso de gaseosa contiene desde 15 a 30 gramos de azúcar.
El consumo regular de estos productos y su combinación proporcionan cerca de 370 gramos adicionales de azúcar diarios, equivalentes a 23 cucharaditas diarias. La Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés) recomienda actualmente consumir entre 100 y 150 gramos de azúcar por día, el equivalente a seis a nueve cucharaditas.
El azúcar es más adictivo que el alcohol, la cocaína y hasta incluso la heroína; sostiene Hyman. Y está permitido su consumo sin restricciones y a precios accesibles.
Hay quienes objetan a Hyman, en que también la sal tiene mucho de responsabilidad en los trastornos referidos a la obesidad. Y que no es sólo el azúcar sino un complejo entramado de causas las que conducen a ello.
Por estos días, el estado de California será el primero en Estados Unidos en etiquetar las gaseosas y bebidas carbonatadas advirtiendo de los riesgos para la salud. Así como las advertencias en etiquetas de cigarrillos, agregarán que el consumo excesivo de estas bebidas conduce a la diabetes, la obesidad y caries en dientes. California ya ha prohibido la venta de gaseosas y comidas chatarra en los colegios, y los vasos extra grandes de gaseosas.
Un estudio publicado en Nature Communications revela el daño que produce el azúcar comprobado en ratones de laboratorio. Wayne Potts junto a James Ruff, profesor e investigador respectivamente en el área de Biología en la Universidad de Utah, sostienen que los efectos adversos del azúcar (25 por ciento de azúcar en forma de dextrosa y fructosa) pueden ser tan dañino como ser descendiente de primos hermanos. El estudio fue financiado por los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) en Estados Unidos, y consistió en alimentar roedores a partir de la semana 26 de vida con una mezcla de cereales con un 25 por ciento de azúcares añadidos extra diarios (equivalente a tres latas de gaseosas para una persona por día). Otro grupo control se alimentó de almidón de maíz.
El 35 por ciento de las hembras del primer grupo murieron 32 semanas después y los machos tuvieron 25 por ciento menos de descendencia.
Estos investigadores sostienen que el consumo de azúcar se ha triplicado en los últimos 50 años en Estados Unidos y que incluso en las cantidades consideradas seguras, el azúcar es dañino.
Por otra parte, el doctor David Katz, de la Universidad de Yale, sostiene que el azúcar no puede eliminarse totalmente de la dieta, porque es la principal fuente de energía para el organismo. Pero advierte que se debería comenzar por leer las etiquetas de los alimentos antes de comprarlos y evitar todo lo que contenga jarabe de maíz alto en fructosa o JMAF, dextrosa, miel de caña, sucrosa, glucosa, concentrados de jugo de fruta, néctar o jarabe de agave. En vez de ellos, se debe optar por los alimentos no procesados que proveen azúcar: frutas, vegetales, legumbres, arroz, miel, stevia y algunos productos lácteos. Según Katz, no se trata de eliminar el azúcar sino de consumirla estratégicamente.
Por otra parte, y sosteniendo que la alimentación de hoy también tiene su costado adictivo; la ciencia busca desentrañar los mecanismos psicológicos pero fundamentados en la fisiología del cerebro que regulan el mecanismo del hambre.
La doctora Nora Volkow, especialista en investigación cerebral, directora del National Institute of Drug Abuse (NIDA) afirma que el 34 por ciento de adultos mayores de 20 años en Estados Unidos son obesos. Nora Volkow, estudió las similitudes en los procesos de adicción de drogadictos y personas obesas.
La adicción se establece cuando no se suprime un comportamiento, aun cuando se sabe que sus consecuencias son negativas para la salud. En drogadictos como en personas con sobrepeso existe una disminución del número de receptores de dopamina lo que hace que sean débiles en sus decisiones y faltos de voluntad. Además las sustancias adictivas activan el circuito de recompensa en el cerebro, mientras más se consume, más se quiere volver a consumir. Tanto las grasas como los azúcares actúan sobre el cuerpo estriado cerebral que guarda relación con la segregación de endorfinas y dopamina, neurotransmisores que tienen que ver con la sensación de bienestar. Por ello, los especialistas han pasado a denominar a la adicción por comer “sobrealimentación hedónica”. CEDEPAP
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