Por culpa, podemos entender una serie de sensaciones, un sentimiento, más o menos profundo, de naturaleza negativa y marcadamente emocional, que asalta nuestra psique, a nuestro ánimo, como consecuencia de acciones mal solucionadas en el presente o en el pasado, no cerradas, en las que figuramos como actores
principales en el papel de incómodo de los malos de la película.
Se trata de un sentimiento que se relaciona con nuestra moralidad, con una lucha entre las acciones realizadas, nuestros supuestos deberes y aquellas ideas asociadas a planteamientos sobre cómo debieron haberse hecho las hecho las cosas para que nada o nadie saliera perjudicado. La culpa no existe, no tiene entidad física. Comprender esa naturaleza básicas es empezar a entender la mecánica con la que opera en nosotros y lo que puede hacer o dejar de hacer con nuestra felicidad.
La culpa se puede relacionar únicamente con los pensamientos. Esos pensamientos adquieren una importancia desmedida para personas con virtudes naturales que luchan contra ellos intentando alejarlos de su mente como sea. Se trata de un esfuerzo que puede ser agotador y que, si se gestiona inadecuadamente, se vuelve una tarea omnipresente. Ese sentimiento de culpa que traen esos pensamientos recurrentes son en realidad fruto de una combinación inadecuada de recuerdos del pasado y de miedos. En muchas ocasiones, esos pensamientos asociados a la culpa llegan a estar tan arraigados que se dejan sentir como un hábito. Por tanto, y esto es realmente importante a la hora de disipar o relativizar la culpa, sólo se trata de deshabituarse a tener y considerar esos pensamientos recurrentes que resultan tan perturbadores para el ánimo. Pero ¿cómo hacerlo? ¿cómo hacer desaparecer esos pensamientos y con ellos la culpa? Flickr Creative Commons The Italian Voice y Evil Erin
Lo primero que ha de hacer es no caer en el error de luchar contra esas ideas invasivas. No intente racionalizarlas, no intente encontrarles una explicación, porque no la tienen o no está en su mano solucionarlas. Recuerde que los sentimientos de culpa está gobernados por ideas. Haga algo distinto, y en dos pasos, dos sencillos pasos. Un primer paso. Cuando le vengan a la memoria esas ideas, relájese, haga por relajarse, respire profundamente, preste atenciçon a otras cosas que le resulten más estimulantes y agradables. Haga ejercicio, pero desactive esa rutina que le lleva de los pensamientos que le dejan mal parado, a una sensación de agobio y nerviosismo que es como hemos comentado un mal hábito y que podemos explicar también en clave de un stress emocional. Un segundo paso. Cuando haya conseguido controlar esos pensamientos invasivos, cuando está en su mano desviar su punto de vista para que no le afecten, de otro paso más.
Un esfuerzo más. Relativicelos, trivialícelos, quíteles importancia. Si lo hace, la que trabajará a su favor para perpetuar su bienestar será su voluntad. Convénzase a sí mismo de que no merece la pena sufrir por una serie de ideas preconcebidas que asaltan su mente y que no nos aportan absolutamente nada. Y tenga en cuenta esta máxima para poder entender qué es lo que queremos trasladarle con esta pequeña tarea de autocontrol: Podemos no controlar lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí podemos controlar lo que hacemos con lo que nos pasa. Ese partido sí que lo arbitramos nosotros y se juega con nuestros pensamientos. De la misma manera que llegan, se van, desaparecen, se esfuman. La culpa tiene fecha de caducidad. (web de hogar)
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