La salud global se encuentra en el umbral de una nueva era». Así comenzaba en 2013 un artículo en la revista The New England Journal of Medicine (NEJM) firmado por dos expertos que analizaban los retos a los que se enfrenta la salud del planeta en el futuro inmediato.
Julio Frenk, especialista de la Universidad de Harvard, y Suerie Moon, de la Escuela John F. Kennedy de Gobernanza Global (ambas, instituciones estadounidenses), mencionaban los que a su juicio son los tres factores que más van a modelar la salud -y la enfermedad- a nivel internacional y que representan las mayores amenazas a nivel global. Por un lado, el reto aún pendiente que suponen las enfermedades infecciosas, y que determinan sobre todo el perfil de los problemas en las regiones de bajos ingresos, donde infecciones como el VIH, la tuberculosis o la malaria; la malnutrición o los problemas de mujeres y niños durante el parto siguen siendo los tres mayores enemigos de la salud.
El segundo reto que mencionaba el artículo del NEJM (publicado bajo el título Retos en la gobernanza de la salud global) tiene que ver con el preocupante aumento de las llamadas enfermedades no comunicables, como el cáncer o las patologías cardiovasculares, que han dejado de ser amenazas exclusivas de los países ricos para emigrar a otros territorios con menos recursos a medida que éstos abrazan hábitos como el tabaquismo o una mala alimentación.
Finalmente, el tercer fenómeno al que habrá que prestar atención como agente de cambio en los problemas de salud que serán protagonistas en el siglo XXI es la propia globalización. Muchas de las enfermedades que nos acompañarán (y que de hecho están ya con nosotros) no entienden de fronteras, como se ha venido demostrando desde 2003 con la aparición de nuevas infecciones (SRAS, diversas gripes de origen animal, coronavirus...) que viajan fácilmente entre países gracias a los movimientos de población.
Esta internacionalización obligará sin duda a replantear esa gobernanza mundial que daba título al artículo y que pone de manifiesto que ningún país por sí solo, ni está aislado de estas infecciones por muy alto que sea su PIB, ni por sí solo será capaz de atajar estas nuevas amenazas transfronterizas.
A estos tres retos, suman algunos especialistas consultados por EL MUNDO otros dos de gran relevancia: el cambio climático y la contaminación. Precisamente, este año, el Día Mundial de la Salud que se conmemora cada 7 de abril estuvo dedicado a las enfermedades transmitidas por vectores (mosquitos, chinches y otros insectos que actúan como transmisores de los patógenos peligrosos para el ser humano) y en las que fenómenos como el calentamiento global o la urbanización sin control están jugando un importante papel, según la propia Organización Mundial de la Salud (OMS).
Sólo en 2010, la malaria causó 660.000 muertes en todo el mundo, en su mayoría niños africanos, la población más vulnerable a esta enfermedad; mientras el dengue -cuyo mayor foco de preocupación actual es Brasil- ha multiplicado por 30 su incidencia en los últimos 50 años y amenaza ya al 40% de la población mundial (unos 2.500 millones de personas). En total, la OMS calcula que este tipo de enfermedades provocan al año más de mil millones de nuevos casos y más de un millón de muertes, sobre todo entre las poblaciones más vulnerables.
En la propagación de enfermedades como la malaria juega un papel clave el cambio climático, como explicaba a este periódico con motivo de dicho Día Mundial Antonio Daponte, director del Observatorio de Salud y Medio Ambiente (Osman) de la Escuela Andaluza de Salud Pública. "Éste es probablemente el mayor desafío para la salud pública en los próximos años y lo es, en gran medida, por su influencia en los ecosistemas que provocan cambios en los organismos vivos -como virus o bacterias- que afectan a la salud de las personas".
De hecho, la OMS advierte de que el calentamiento global, los cambios medioambientales, el aumento de los viajes y el comercio internacional, la urbanización mal planificada o la alteración en las prácticas agrícolas está detrás de este repunte de las enfermedades infecciosas. "El aumento de las temperaturas se relaciona con el incremento de tempestades, inundaciones y lluvias torrenciales que favorecen la multiplicación de los mosquitos y otros vectores que transmiten enfermedades como la malaria o el cólera", apuntaba en la misma línea Rafael Vilasanjuan, director del think tank del Instituto de Salud Global de Barcelona.
Pero más allá de las infecciones, el cambio climático se alía también con la contaminación atmosférica para agravar otros problemas de salud en la población que vive en entornos urbanos, "y en un futuro no muy lejano, la gran mayoría de la Humanidad vivirá en grandes urbes", recuerda Daponte.
De hecho, ya hay líneas de investigación abiertas que tratan de relacionar la contaminación ambiental con patologías como la obesidad, la diabetes o la hipertensión y no únicamente patologías respiratorias, como se podría pensar inicialmente. "Las partículas que respiramos, según el tamaño que tengan, pueden entrar fácilmente en el torrente sanguíneo y reaccionar químicamente con la frecuencia cardiaca, la tensión arterial o los sistemas de coagulación".
A juicio de este especialista en salud pública, uno de los problemas añadidos a este escenario es que no existe un sistema mundial de gobernanza que permita tomar medidas para frenar estos daños a nivel mundial. "Las estrategias nacionales están destinadas necesariamente a fracasar", sentencia el investigador andaluz. En este sentido, el mismo artículo del NEJM admitía que ese ideal gobierno mundial de la salud tiene algunas limitaciones prácticas, como la propia inexistencia de organismos mundiales con capacidad de liderazgo (más allá de la propia OMS) o de mecanismos sancionadores por encima de la voluntariedad de los gobiernos nacionales.
En este sentido, la directora de Alertas de la OMS, Isabelle Nuttall, aseguraba a este periódico en una entrevista concedida con motivo del décimo aniversario de la irrupción de la neumonía asiática (más conocida por las siglas del virus que la causó, SRAS) que aquella primera epidemia del siglo XXI había permitido aprender algunas lecciones y dar ciertos pasos hacia adelante.
Concretamente, Nuttall destacaba que esa enfermedad, desconocida e internacional, favoreció el desarrollo de un nuevo marco legal (International Health Regulations, IHR) que obliga a los 194 países miembros de esta organización a notificar cualquier evento de salud que pueda expandirse más allá de sus fronteras. Sin embargo, en 2014, esta normativa se ha visto de nuevo en jaque con la aparición del coronavirus saudí -de nuevo un virus inédito hasta la fecha en humanos y cuyo origen más probable está en los camellos-, y cuya información por parte de Arabia Saudí (origen y principal foco del brote) no se ha compartido con la comunidad internacional con la celeridad que a los científicos les hubiese gustado.
Que la globalización afecta a la salud es ya una realidad cuando se observan las tasas de diabetes u obesidad en países en desarrollo, ajenos antes a patologías consideradas netamente occidentales. "El problema es que a medida que los países se van desarrollando, copian exactamente el mismo sistema socioeconómico que Occidente, también con nuestros errores", apunta Daponte. Esa occidentalización explicaría que los accidentes de tráfico o las patologías cardiovasculares sean ahora comunes "en sociedades en las que hace sólo una generación pasaban hambre".
Las predicciones apuntan a que en 2050 los 7.000 millones de habitantes que componen la población mundial podrían crecer hasta los 11.000 millones, «con el incremento más significativo en África y Asia», recuerda Vilasanjuan, convencido de que una reducción de las tasas de mortalidad infantil se traduciría en una demografía más estable: "Está demostrado que los índices de mortalidad infantil se relacionan con un mayor número de hijos por familia, porque los padres no tienen la seguridad de si sus hijos van a vivir".
"Estamos acumulando mucha evidencia científica, hay millones de personas trabajando en este campo y sabemos donde apuntar, pero no vemos que ese conocimiento científico se traduzca en normas", añade el experto de la Escuela Andaluza. A su juicio, demasiado a menudo, intereses políticos y económicos "frenan cambios positivos para la salud. En salud ambiental estamos acostumbrados a trabajar a la contra, con un esfuerzo enorme por divulgar la información mientras desde ciertos estamentos se niega la evidencia", reconoce.
Sin embargo, el futuro que acecha va a obligar a cambiar muchas de las afirmaciones que hasta ahora se tenían por ciertas para adaptarse a los nuevos retos globales que habrán de afrontarse.
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