Esta mañana he terminado la carrera. Mañana me levantaré de la cama siendo bióloga. Cuando empecé, hace 4 años, mi objetivo era aprender todo lo que pudiese sobre el cerebro del adicto. Hoy puedo decir que sé lo mismo que entonces: nada.
¿Sabíais que en la carrera se estudiaban generalidades? Claro que lo sabíais, la ingenua fui yo que andaba convencida de que, nada más salir, tendría a mi alcance el secreto para curar la cabeza de un drogata. Una faena, ¡pero ojo! no es por este motivo por el que estoy frustrada, de hecho lo que estoy es asombrada de lo poco que sabía y fascinada por lo mucho que me queda por aprender. No, lo que me frustra es algo muy distinto.
Hace unos días empecé a enviar emails sin control. ¿Adónde? ¡Pues adónde va a ser! A todos y cada uno de los equipos de investigación españoles que se dedican a cuestiones relacionadas con la adicción. Mi intención no era buscar trabajo, afortunadamente curro en una editorial que me encanta, en realidad lo que quería era que alguien me orientara para seguir con mi formación, es decir, para aprender sobre la neurobiología de las adicciones; porque yo no me doy por vencida tan fácilmente y pensé: vale, todavía no sabes nada del tema, pero sí conoces el vocabulario y los fundamentos biológicos suficientes para poder aprender sin problema. Así que la mejor idea que se me ocurrió, fue escribir a los especialistas para que me contaran qué podía hacer.
La primera vez no obtuve respuesta pero no me preocupó y seguí. La segunda tampoco. Entonces decidí revisar la forma en la que me presentaba y, bueno, creí que hacerlo como adicta recuperada despertaría su interés, al fin y al cabo ¿no investigaban para mejorar la calidad de vida de los enfermos? Y en este punto mi cabeza hico un catacrac: ¡me di cuenta de que no! Entonces… ¿qué le lleva a uno a dedicar su vida a la investigación? Mi extenuado y limitado encéfalo me decía que, únicamente, el romanticismo que vaga tras la idea de mejorar la vida de los demás, podía ser el motor para una vida dedicada, en cuerpo y alma, a la investigación. Pero, olvidaba -obtusa de mí- que la curiosidad es la madre de todas las ciencias. Porque, vamos a ver, ¿acaso no soy yo misma buena prueba de ello? ¿Quería yo estudiar neurobiología para ayudar al prójimo? Pues bueno, en principio no, en realidad lo que a mí me motivó fue la curiosidad por saber, la necesidad de entender qué había pasado en este cerebro para convertirme a partir de los 14 años en el odioso Mr. Hyde.
¿Puedo, entonces, culpar a cuatro investigadores que deciden ignorar mis emails? No lo sé, la verdad. Quiero pensar que, aunque es absolutamente lícito que sea la curiosidad la que mueva nuestro trabajo, existe también de fondo el ánimo, las ganas, la esperanza o ingenuidad de querer cambiar las cosas, mejorar la vida de los que sufren. Que no todo sea alimentar nuestra necesidad de saber, nuestro ego y finalmente nuestro número de publicaciones. Que, en la investigación, haya espacio para algo más y que sea ese “algo más” el que estimule a aquellas personas que no se dedican a la ciencia pero que están dispuestas a acercarse a ella.
Nos quejamos de que la sociedad elabora sus opiniones de espaldas a la ciencia, pero ¿y si habláramos en su idioma? ¿Creéis que seguirían sin escucharnos? Yo sólo conozco un idioma universal que es el de las ganas de cambiar el mundo, llamarme naïf. ¿Qué pasaría si todo el grandísimo trabajo que hacéis los investigadores se acompañara de un poco de vosotros? ¿Imagináis vuestra capacidad para contagiar a los lectores? Hace unos días se nos tachaba de “casta científica”, y yo me pregunto si no será culpa nuestra, es decir, ¿no será que no hemos sido capaces de mostrarnos? ¿De dar a conocer nuestras motivaciones? Esta plataforma es un canal genial para acercar a la gente lo que los científicos son y lo que quieren. ¿Qué estamos haciendo mal para que los que se lleven la gloria (y, desgraciadamente, los fans) sean los Wakefield o los Séralini de turno?
Acabo de defender mi Trabajo Final de Grado frente a un tribunal. En él me planteo algunas de estas cuestiones y tengo la sensación de que esto acaba de empezar y las soluciones tardarán en llegar. Por el momento dejaré de esperar la respuesta a mis emails y me dedicaré, entre otras cosas, a descubrir qué extraña locura hace que dediquemos nuestra vida a la ciencia. No lo haré por autocomplacencia, lo haré porque, quizá, así mi entorno más directo empiece a enamorarse de ella como lo he hecho yo.
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